El Señor es mi fuerza y mi escudo; mi corazón en él confía; de él recibo ayuda.
La carta que me envió mi amiga desde el extranjero se me hacía muy difícil de leer. Su esposo la había abandonado, habían estado casados durante mucho tiempo y tenían hijos adolescentes. Releí la carta varias veces y decidí responder de inmediato. Pero, ¿qué le podía decir?- Salmo 28:7 (NVI)
Le pedí a Dios que me diera las palabras para responderle. Así fue que escribí lo que vino a mi mente y envié la carta. No pude recordar bien lo que había escrito.
Mi amiga me respondió y me contó que el día que llegó la carta había estado llorando en la cocina; miraba de tanto en tanto el gris cielo invernal que parecía acompañar su estado de ánimo. Mientras lavaba los platos del desayuno, sintió que una voz interna le decía: «Descansa en mí. Yo te sostendré. Yo soy tu fuerza».
Cuando halló mi carta en el buzón, la abrió y se sorprendió al leer las palabras que le había enviado: «Dios está contigo. Descansa en él. Él te sostendrá. Él es tu fuerza». Verdaderamente Dios me había dado las palabras para consolar y alentar a mi amiga.
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